marzo 23, 2017

EDUCAR O SER HUMANOS

Por la Dra. María Marta Silva Ortiz de Maksymczuk 

Sobre el rendimiento escolar y las pruebas educativas.

 La madre de todos los borregos.

 Se inaugura oficialmente la temporada de los análisis de los resultados de las pruebas aprender, y especialmente de sus causas.

 Y como en éste bendito país cualquier improvisado opina de cualquier cosa como si fuera especialista, me considero unilateral y caprichosamente habilitada para lo mismo. Al fin y al cabo terminé mi secundaria con el título de bachiller con orientación docente, y entre otras muchas actividades también me dedico a dar clases, asi que allá vamos, a opinar. Antes de que mis lectores pongan el grito en el cielo, aclaro que, como todo ensayo u opinión, se refiere a la generalidad de los casos. Dejo a salvo y al margen de éstas palabras las muchas honrosas excepciones que hay, de gente que todavía deja el alma y el cuerpo en tratar de hacer las cosas bien. Esos a los que no les da lo mismo cualquier cosa. Esos que desde su lugar, cualquiera que sea, hacen patria todos los días.

 Pensé mucho sobre éste tema y a pesar de mis esfuerzos por alejarme de la teoría que me carcome, no puedo ignorarla. La madre del borrego y la causa de casi todos nuestros problemas como sociedad es la falta de responsabilidad personal . Nuevamente. Y siempre

Hay dos grandes diferencias entre la educación que recibíamos en otra época (considerada una de las mejores) y la que se imparte hoy en día, a saber: 1. Los educadores (maestros y profesores), QUERÍAN que sus alumnos aprendieran y se preocupaban por ello. Lo consideraban SU responsabilidad personal e intransferible. 2. Los alumnos QUERÍAN aprender. Sabían que de ello dependía su futuro y sabían que mientras estuvieran en el colegio, aprender era su única responsabilidad, absolutamente prioritaria. Tenemos entonces maestros que querían enseñar y alumnos que querían aprender. La consecuencia evidente eran los buenos resultados académicos. Éstas dos situaciones han ido variando sustancialmente a través del tiempo, por distintas razones. Los maestros se convirtieron en fenicios, que en su afán de comerciar olvidaron su función primordial que es enseñar. Tantos años de crisis económica hicieron que, al menos en el interior del país cuya realidad conozco y vivo a diario, quienes no tuvieran recursos (económicos o intelectuales), terminaban siendo invariablemente maestras o policías. La única diferencia la determinaba el género. Si eras mujer te convertías en maestra y si no en policía, carreras que abrevaban exclusivamente en los menos capacitados porque era una salida laboral rápida y nada complicada de lograr. Gente que lamentablemente había padecido toda su vida la falta de recursos y que se dedicaba a la docencia exclusivamente para obtenerlos. Una cosa no quita la otra y no pienso caer en la trampa de la corrección política al decir que los maestros deben cobrar bien, y bla bla bla. Primero deben hacer bien su trabajo y después si quieren nos podemos sentar a discutir cuánto deben cobrar. 

Como cualquier trabajo en cualquier parte del mundo, si uno no sirve para la tarea se debe ir, por muy lamentable que resulte. Nos hemos cansado de ver maestros que entran al aula exclusivamente a cumplir con su horario y no son capaces de redactar dos oraciones de corrido sin errores de ortografía. Se limitan a dictar, mandar a hacer trabajos prácticos, a buscar información, o a copiar textos. De explicar no saben nada. De técnicas pedagógicas menos. Y de contenidos ni hablar. Si leemos ésto desde la más absoluta honestidad intelectual sabemos con certeza que ellos tampoco aprobarían los exámenes con que se han evaluado a los niños. Sencillamente porque ya no es su responsabilidad. Si a sus alumnos les va bien o mal no les cambia nada. Es simplemente una estadística.

 Ellos cobran un sueldo por cumplir un horario, no por sus resultados. No tienen responsabilidad alguna en los resultados de su trabajo, y en definitiva, no le importa a nadie. Nada bueno puede salir de eso. Y como si con eso no fuera suficiente, tenemos a los pobres alumnos, abandonados a su suerte por padres que cada vez tienen que trabajar más horas y no tienen tiempo de dedicarse al seguimiento escolar de sus hijos y por ende, cobardemente, delegaron en los fenicios la responsabilidad del futuro de sus hijos. Mi Dios, ¡qué combo para la catástrofe! 
 Padres que no solamente se lavaron las manos sino que tampoco les enseñaron a sus hijos a ser, al menos, autodidactas para suplir las falencias a las que los exponemos. Padres que no han machacado en las cabezas de sus hijos que su única responsabilidad es aprender y que deben cumplirla sin excusas. Éstas son algunas de las consecuencias de padres culposos que más que padres son amigos de sus hijos y les permiten cualquier cosa. Porque “pobrecito el nene”. Pobrecito las pelotas. Si nosotros, que somos la primer referencia de nuestros hijos, los tratamos como “pobrecitos” crecerán convencidos de que lo son y habremos creado un inútil para siempre. Yo hago un esfuerzo sobre humano para alejarme de la teoría de que la causa de todos los males es la falta de responsabilidad personal, pero así no es fácil. Si las tres partes involucradas en ésta relación, maestros, alumnos y padres, no asumen sus responsabilidades, de nada servirán los análisis y las tesis que se escriban. Y mucho menos los cambios que se ensayen. A modo de ejemplo quiero darme un gusto personal. Cuando yo estaba cursando séptimo grado en el Colegio Santa María, de la ciudad de Posadas, Misiones, mis padres se separaron. Mis notas bajaron drásticamente y de repente me encontré con que no aprobaría ninguna de las materias que cursaba. Una de mis maestras de grado me obligó a quedarme durante un recreo para dar explicaciones de mi bajo rendimiento y, conmovida por mis lágrimas, prometió ayudarme. Su ayuda consistió en poner su cabeza en la guillotina al postergar la entrega de las notas incumpliendo con los plazos obligatorios, a efectos de sacrificar todos y cada uno de los recreos de las siguientes semanas para explicarme lengua, matemáticas, historia, geografía y biología. Nos sentábamos juntas en su escritorio durante todos los recreos y me lo explicaba todo de cero, como si yo fuera idiota. A veces estaba yo demasiado abrumada para escucharla y entonces suspendía la clase para abrazarme mientras yo lloraba desconsoladamente, pero en el siguiente recreo volvía con sus explicaciones. Sin contemplaciones de ningún tipo. Violando las normas del colegio, me tomó de nuevo todos los exámenes en los que yo había fallado, pero ésta vez eran mucho más profundos y difíciles que en la versión original. Bien podría haber sido más benévola al corregir, pero quería ayudarme, y sabía perfectamente que aprobarme de favor no me ayudaría, que la única solución era hacer que yo entendiera.

 Esa es la descripción opuesta a los fenicios que hoy están frente al aula, educando a nuestros hijos. Eso es una MAESTRA. Vaya desde acá mi homenaje, mi reconocimiento y mis más sinceros respetos a Alidá Friese, quien no solo me enseñó contenidos, sino que mucho más importante aún, me enseñó el valor del honor, de los principios y de la responsabilidad. Enviado desde mi iPhone

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