abril 02, 2009

LA MARCA EN EL ORILLO



Admito que es un concepto propio de la discreción y distinción de antes, hoy la marca debe ser bien visible.
No se puede transitar por la vida, participar del medio social o laboral sin mostrarla. Las hay que promocionan, las socialmente aceptables y las que te incineran.
Se extiende de la ropa y accesorios a las etiquetas políticas o ideológicas.

Las opiniones de este artículo deben tomarse con pinzas, no es propósito molestar a nadie. Ser liberal, conservador, radical o socialista, no es lo mismo en Argentina, Uruguay, Colombia, o Méjico. A los blancos nacionales uruguayos los pone colorados el sol en Paraguay y los celestes liberales paraguayos viran al colorado en Uruguay y retornan al celeste en Argentina. En los EEUU los demócratas que son azules son una mestura de socialistas y liberales y los colorados republicanos otra de liberales, puritanos y conservadores, un poco a cada uno no le hace mal a ninguno.

Entre las que promocionan o solo son aceptables, se puede ser radical, peronista, socialista, demócrata o republicano sin importar que con ello no se exprese nada; acá es incinerante definirse como conservador, huele a viejo y naftalina. Sensaciones incompatibles con ser joven, alegre, triunfador y buena onda. Una buena imagen para la joda, desubicada en la política.

He conocido en los últimos tiempos muchos jóvenes adultos que se definen como republicanos y liberales; sorprendido por este rebrote decimonónico, discretamente les rasque el barniz y me encontré con personas normales, lúcidos, con sentido común, que viven la realidad del presente sin encandilarse con utópicas fórmulas para el futuro, ni atesorar fósiles del pasado, que si ya no están es porque fracasaron. Gente con la que se puede hablar mientras no se le toque el santito.

Supongo que no pudiendo por natural repugnancia encasillarse en las anteriores etiquetas, optaron por llamarse liberales, para tener una para mostrar que además en nuestros ridículos códigos sociales, deja la impresión de una abultada billetera y un muy buen pasar.

Admito que hay tener una sólida envergadura y seguridad en si mismo para enfrentar la pregunta ¿Y vos que sos? sin responder al toque, claro y cortito tal o cual cosa. Hay silencios y vacilaciones de los que no se vuelve.

Aunque la mona se vista de seda mona queda, pero a fuerza de hacerlo quiere presumir de señora. Allí comienza el problema y por la boca muere el pez.

Al escucharlos se revela la misma inconsistencia que en los otros. La necesidad de citar permanentemente a personajes que hayan dicho o escrito correctas lindezas ignorando en que realidad fueron expresadas. El aura mitológica del citado, exime de toda demostración de lo dicho.
Escuchándolos uno puede saturarse de citas al pobre e inocente Alberdi, del que todos usan y abusan, que solo fue un lúcido hombre de su tiempo, sin pretensiones de profeta. A tal punto no deliró con instituciones eternas que su trabajo póstumo fue sobre la excelencia del régimen monárquico; empalagarse de república o dogmas económicos exclusivamente de autores anglosajones.

Nunca se sabrá de cual hablan, si de la Romana original aristocrática, la reivindicatoria de los Gracos, la oligárquica de Pompeyo o la populista de Cayo Mario, la Francesa del terror que decapitó a su Rey o la que coronó Emperador a Napoleón, las Españolas, la de Weimar o la puritana del Norte; todas separadas por abismos. Una nueva creación que cada uno adapta a su gusto o una ensalada que no se aliña para que cada uno la condimente a su paladar.

Solo la separación de poderes y las elecciones periódicas se citan como obligatorias, para que sigan los mismos con otros nombres. Mezclando en su improvisación formas de estado con formas de gobierno.

Si al poder se lo troza, deja por definición de ser lo que es. Una contradicción no resuelta, por eso la idea es puramente formal y administrativa: el verdadero poder de designar, remover o regular el oxígeno presupuestario de los que deben hacer, sigue siendo de uno solo. Por si mismo o través de sus marionetas de la corte y el parlamento.

Todas las instituciones son buenas a condición que se tenga presente que no son un fermento capaz de transformar la mala leche de las sociedades en buen yoghur, sino solo un corral que puede albergar corderos, chacales o panteras, solo de ello dependerá su utilidad para ordenar la sociedad.

A ponerse las pilas, hay que ser no parecer. Si quiere participe para aclarar, sobran los que confunden y oscurecen.
Si no comenzamos a llamar las cosas por su nombre, ese diálogo que tanto gusta es imposible, si democracia es un sistema de vida para unos y una forma de gobierno para otros, estamos volviendo a los caóticos diálogos de la Torre de Babel, dividirse y desperdigarse por el mundo es el único resultado.

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