julio 25, 2007

Los porteños compraron los buzones, los tranvías y el obelisco

Ciudad sin nombre, Capital de nada, Autónoma dependiente, Metrópoli de una Nación soberana.
Una penosa síntesis de mi patria chica. Donde vi la luz, ya es de noche; antes que esa luz que vi se me apague.
La muy noble y leal Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, que es su verdadero nombre; fue por voluntad de las Provincias Unidas del Rió de la Plata, Capital Federal de la Nación Argentina, se hundió en el pasado por voluntad y decisión de los demagogos.
En su lugar han fundado una Metrópoli absolutista y unitaria de un Nación Federal, que se independizó de metrópolis y soberanos.
Un discurso institucional y constitucionalista me queda grande, hay sobrada capacidad en otros para hacerlo.
Me refugio modestamente en mi hábitat, la realidad.
Se la llama Ciudad Autónoma, careciendo de territorio, (usufructúa una cesión hecha a la Nación) y dependiendo de todos, para ordenar y asegurar los más elementales servicios y derechos a sus vecinos.
Esto lo sabían y lo saben todos los que parieron el engendro y pretenden participar del mismo, prometiendo lo que no tienen ni podrán tener, salvo continuando por la vía de violar todo, un camino que no promete nada bueno.
La ciudad no “estará buena” limpiándola y sacándole lustre, sino cuando se pueda “vivir en ella”.
Cuando pueda disponer sin pedir permiso, de su suministro de agua potable y del destino de sus aguas servidas, de su energía, abastecimiento de alimentos, vías de circulación y todos los medios de transporte: fluvial, terrestre, ferroviario y aéreo, sin aduanas interiores, peajes o bloqueos. De la seguridad y el orden público, que es prevención y represión, de la salud y educación.
Es fácil “gerenciar” lo que está en marcha, otra cosa es ponerlo en funcionamiento solo con declamaciones, mucha voluntad y las manos vacías.
No han asumido los funcionarios electos, pero veo con preocupación que se confirman todas las opiniones dadas durante la pasada campaña.
Unos juegan prometiendo imposibles, otros con las cartas marcadas. Aquel delirante Alfonsin que se quiso llevar la Capital a Viedma, metió a los porteños en el paquete que negoció en Olivos, compraron buzones, tranvías y obelisco, hay que pagarlos.
Lo que nació mal parido no se arregla. Para mi es una certeza, al igual que si hay algo de lo que cuidarse, es crear expectativas imposibles de satisfacer que terminan en desilusión y fracaso. El país y la ciudad ya no aguantan, no es momento de jugar con fuego cuando hay viento y la tierra está seca. No se conoce mejor solvente de mayorías que la mentira.
Una reiterada opinión que es también didáctica imagen aparece con claridad meridiana: solo un loco se mete en el cajón de las manzanas podridas para echar a los gusanos. Vale para los que quieren “involucrarse y participar”.

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