febrero 06, 2006

Dos caras de un mismo mundo

Me guste o no la realidad me dio una bofetada. Me levanté con una enorme cantidad de imágenes y las reflexiones que desencadenaron, atragantadas. No me alcanzó la noche para digerirlas y procesarlas. No es nada extravagante, ocurre ahora y en cada minuto de este día y de los que vengan. El lugar: el puerto de Singapur, el mar de China y un gigante del mar, un mega-portacontenedores.
El mundo de la eficiencia y la precisión absoluta, en contraste con la irresponsabilidad cotidiana y hasta eludiendo antiguos personajes salidos de un libro de Salgari, aquellos piratas del “Tigre de la Malasia”, que hoy no empuñan “yataganes” sino fusiles de asalto M-16 o Kalashnikov. Asistir a la complejidad de maniobras que requiere conducir a puerto estos monstruos marinos, es como pretender caminar por un jardín sin pisar hormigas. La precisión de las operaciones de carga y descarga manteniendo la estiba ordenada de acuerdo al próximo destino y el peso bien equilibrado y distribuido, todo en manos de un muy joven operador quien desde tierra programa y ejecuta todos los movimientos. Si bien es una maravilla verlo, lo que impacta es el contraste entre un mundo que en menos de un cuarto de siglo a podido capacitar estos monstruos humanos de responsabilidad y eficiencia y éste en el que vivimos, donde cada día desarrollamos nuevas habilidades en todos los niveles para hacer lo justo o un poco menos descargando las responsabilidades en otro. Las habilidades o las técnicas se pueden aprender en Instituciones, escuelas o en la práctica desde abajo, pero el sentido del deber y de las obligaciones no se enseñan, se maman desde chico. Y esta es la dificultad de procesar y digerir lo visto. ¿Donde está la diferencia? El sudeste asiático no está exento de vagos y delincuentes, tantos como tenemos nosotros y todo el mundo, pero acá hay algo que está faltando para que puedan crecer jóvenes y hombres responsables. Y allí lo tuvieron o lo tienen.
El secreto será que el trabajo, el techo y la comida para ellos por generaciones no fue un derecho, sino una obligación para poder vivir. El producto del esfuerzo de cada día.
Están en el principio del camino que de tan modernos que somos ya hemos dejado atrás y hasta nos asombra ver que otros recogen la cosecha que ya ni sabemos como se hace.

Pude ser testigo años atrás, cuando llegaron a Misiones coreanos y vietnamitas, pude ver y tratar a los que progresaron trabajando todo el día y trabajando todos a la par; varones mujeres y chicos. También vi a los otros, los pichones de mafiosos, no podría distinguirlos por su origen geográfico pero si era patente la diferencia cultural, los que provenían del campo de familias y costumbres ancestrales y los que llegaron desde las ciudades, con todos los vicios urbanos. Como en todas partes cara y ceca de la misma moneda.
Y lo digo porque casi a diario pude hablar en su medio castellano y enterarme como vivían, de donde y porque venían. Hoy ya no están, progresaron un poco y fueron en busca de nuevos horizontes, quizás una etapa en Buenos Aires y después el gran salto con el que soñaban cuando llegaron con nada: los EEUU. Este nunca fue su destino sino solo una etapa, un trampolín para tomar oxígeno, regularizar papeles y a otra cosa. Me dejaron una imagen difícil de borrar, esas pequeñas mujeres con un crío cargado en la espalda y un inmenso bolso con mercadería en cada mano caminando desde primera hora hasta la noche, todos los días con sol o lluvia y jamás aceptaban más que un vaso de agua.
La dignidad de los pobres, que cuando se pierde es porque bajaron al escalón de los miserables.
En no más de tres meses ya conducían un destartalado Citroën CV y sin tardar mucho un Renault y así sin prisa pero sin pausa como llegaron se fueron. Quizás de esa sacrificada pasta están hechos los que me quitaron el sueño. Derechos del niño, de la mujer, indemnización, preaviso.. ¿por allí andará la causa, demasiados derechos y ninguna obligación? ¿Aceptar y hasta exigir aquello que no hicieron nada para tener?

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