noviembre 14, 2005

Cambiando de Ritmo


Como he decidido no enterarme lo que pasa en el mundo un par de días para desintoxicarme, aprovecho el tiempo libre para hacer trámites y gestiones que estaban pendientes.
La más urgente, demostrar que estoy vivo. Se que parecerá un absurdo pero no es fácil. Le ha pasado a otros que ahora compadezco.
En este mundo lo que importan son los papeles y los sellos, las dos cosas más fáciles de falsificar. No basta presentarse y decir - aquí estoy-, hay que demostrarlo.
- Su documento, me solicita el empleado de un correo privado. Le muestro la Libreta de Enrolamiento, la revisa, lee y relee.
- ¡esto es de 1955!- me dice,
- si es de cuando corresponde, respondo
- ¿no tiene otro?
- Si la cédula de identidad y el pasaporte pero están vencidos.
- ¡señor! Esto es en serio. Yo debo certificar su supervivencia-. No se atrevió a decir que certificaba que estaba vivo.
- Hagamos una cosa, le propongo, demuéstreme que estoy muerto.
- Imposible- me responde, el trámite es para certificar la supervivencia no si está o no muerto
- Esta bien contesto ya cansado del diálogo de locos, deme el formulario, se lo firmo y le pongo la impresión digital, si lo mato y dejo esta huella en el revólver y alguno de los presentes me reconoce, me condenan entonces con eso basta. Piensa y piensa, excede su capacidad pero la sugerencia hace efecto. Ya me da pena, lo saque del sistema y eso es algo que no se tolera, el sistema está siempre por encima de la razón y el sentido común.
- Está bien le hago el trámite-, me responde resignado pero regularice su situación porque no se si lo van a aceptar-, de inmediato recojo el guante.
- Yo no tengo nada que regularizar, o lo aceptan o tendré que recurrir a la justicia-, es nada más que un desafío, la justicia entraría en cortocircuito ante semejante denuncia, pero se que cualquier amenaza o advertencia vale y así ocurre. Salgo tan vivo como llegué y de pésimo humor, hace tiempo que aprendí que a uno lo respetan o le temen, no hay otra opción.
Para bajar el tono decido ir a tomar un café, camino un par de cuadras y llegó al bar que fue mi parador durante años. De un simple vistazo ya no es el mismo, busco mi mesa y veo a un extraño cómodamente sentado. Ni Aníbal el mozo, un excelente tipo, austríaco, con el que todos los días cambiábamos un parrafito, esta en el lugar. Caigo en la cuenta, que hace cinco años que no vengo ¡como le pasa el tiempo a las cosas!.
Me acomodo en otra parte, viene un extraño personaje y atentamente me pregunta:
- ¿Qué le sirvo?-. Otra sorpresa, nunca tuve que pedir siempre estaba claro lo que tomaba. Respiro hondo y le pido un café con medialunas, me mira con cara de duda
- ¿café negro?
- Si por supuesto.
- ¿Cuántas medialunas?. Caigo en la cuenta que casi estoy en el extranjero.
- De grasa y saladas-, aclaro por las dudas y depende como sean, si me gustan tres, si no con una sobra.
Vuelve al rato con el pedido el café y unas medialunas raquíticas pero de grasa saladas y crocantes y ¡sorpresa!, el diario. Algo no ha cambiado y haciendo un esfuerzo, porque estoy en abstinencia, lo dejo de lado.
Miro los parroquianos, sin dudas no es la misma gente. No hay ningún trasnochado, todos con gaseosas, agua mineral o té. ¡Dónde estoy! Se me está haciendo cuesta arriba esta salida, termino el café, muy bueno, y las medialunas. Pago y me voy con la sensación que falta algo, al llegar a la vereda verifico el faltante, el lustrabotas. El chico infaltable de todas las mañanas.
Cabizbajo camino buscando un taxi, hay miles de cosas para ver pero mi humor no está en vena, las voy a ver mal e Interpretar peor, será otro día.

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